miércoles, noviembre 12, 2025

Las fiestas folclóricas y la identidad Cultural

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Gerardo Valencia - Columnista Enredijo

En un mundo globalizado donde las tradiciones a menudo se diluyen, las fiestas folclóricas emergen como santuarios vivientes de la identidad cultural, pasando de ser simples celebraciones a ser el pulso de una región, el lugar donde la memoria colectiva y el patrimonio intangible se manifiestan a través de la danza, la música, el arte y la gastronomía en medio de la alegría de la gente.

En Colombia, un país de regiones vibrantes y diversas, estas festividades no solo son una expresión de alegría, sino que han sido reconocidas como guardianas de la herencia cultural, elevándose al rango de Patrimonio Cultural de la Nación.

Su trascendencia es tan profunda que el reconocimiento oficial es un paso natural con eventos de gran arraigo
ancestral como el Carnaval de Negros y Blancos en Pasto, Nariño, una celebración con sus rituales que invitan a la fusión y a la aceptación de las diferencias, erigida como un símbolo de unidad y resistencia cultural. A través del desfile de la “Familia Castañeda”, tradición que marca el tercer día del Carnaval de Negros y Blancos el 4 de enero, se honran la diversidad y la historia ancestral de una región.

De manera similar, otras festividades, como el Carnaval de Barranquilla o el Festival de la Leyenda Vallenata, dan
testimonio de cómo la fiesta se convierte en un lienzo donde se pinta la riqueza de un pueblo, sus mitos y sus costumbres.

Pero el verdadero espíritu de estas celebraciones se encuentra lejos de las grandes urbes, en el corazón de los
pueblos y las regiones apartadas. Es allí donde el folclor no es una representación para el turista, sino una forma de vida. Estas fiestas son el tejido que une a la comunidad, la herencia que se transmite de generación en generación en cada baile, en cada melodía, en cada plato típico. En estos territorios, a menudo olvidados, la festividad es un motor de cohesión social, una herramienta para preservar dialectos, sabores y oficios ancestrales. Son el principal punto de encuentro, el lugar donde las distancias geográficas se disuelven
en la alegría compartida.

La historia del Festival Folclórico Laboyano

Un caso emblemático de esta importancia regional se encuentra en nuestro municipio. La historia del actual Festival Folclórico Laboyano es un viaje fascinante a través del tiempo, que muestra cómo una celebración local puede evolucionar para convertirse en un emblema cultural.

El festival no es un mero espectáculo, sino un testimonio vivo de la historia, las tradiciones y el arraigo cultural
de los habitantes del Valle de Laboyos. Este evento anual, que se realiza en el marco de las fiestas de San Juan y San Pedro, es una celebración popular que ha cambiado hasta convertirse en el pilar del patrimonio cultural de un pueblo.

Sus orígenes se entrelazan con las festividades en honor de los apóstoles San Juan, el 24 y San Pedro el 29 de junio, fechas de profunda raigambre en la tradición agraria y religiosa de la región. Si bien las celebraciones en Pitalito existían desde mucho antes, la institucionalización del evento, que inicialmente se denominó “Reinado Cívico” y después “Reinado Municipal de la Guayaba” marcó un hito crucial en el desarrollo cultural local.

En el año 1963 se llevó a cabo el primer reinado, un evento que no solo buscaba la belleza, sino que también
evaluaba el arraigo folclórico y el conocimiento de la cultura local. La primera soberana elegida fue la señorita Elizabeth Falla Orozco, un momento que marcó el inicio formal de una tradición que ha perdurado por décadas.
Un precursor notable de este festival fue el Reinado de la Guayaba, una celebración que rendía homenaje a un fruto que históricamente fue vital para la economía de la región y que, de muchas maneras, se convirtió en un símbolo de la identidad laboyana. Esta festividad, junto con las primeras manifestaciones sampedrinas, sentó las bases para el crecimiento y la organización del evento que hoy conocemos.

Foto: Gerardo Valencia

La transformación

La transformación del festival ha sido constante desde los humildes inicios en la década de 1960, ha crecido en
magnitud y complejidad, enriqueciéndose con la inclusión de nuevos elementos como desfiles de carrozas, encuentros de música tradicional y la participación de agrupaciones de danza de diversas regiones del país. Con el tiempo, la celebración de Pitalito se ha distinguido por su carácter auténtico y comunitario con la participación de las Juntas de Acción Comunal (JAC), las Juntas Administradoras Locales (JAL) y la comunidad en general de las cuatro comunas y los ocho corregimientos que conforman el municipio, un rasgo que la diferencia de festivales más mediáticos.

Mientras que el Festival del Bambuco en San Juan y San Pedro de Neiva ha alcanzado una dimensión nacional y turística, el festival laboyano ha logrado mantener un enfoque más arraigado en su gente, en la autenticidad de
sus raíces y en la participación de la comunidad, permitiendo que el pueblo sea el verdadero protagonista.

Su importancia como patrimonio cultural para los laboyanos es innegable, pues el Festival Folclórico Laboyano
no es solo una ocasión para la alegría y el esparcimiento, sino un espacio donde se preservan y transmiten las tradiciones convirtiéndose en un motor de cohesión social que une a familias y vecinos, un lienzo donde se pinta la riqueza de la identidad local. A través de la danza, el baile del sanjuanero, la música tradicional, las muestras gastronómicas y las expresiones artísticas, los laboyanos celebran su herencia y reafirman su sentido de pertenencia.

La fiesta se convierte en un símbolo de orgullo, un acto de resistencia cultural que asegura que las costumbres y el folclor del Valle de Laboyos sigan vivos para las futuras generaciones.

El sueño de la integración regional que se desvaneció

A finales del siglo XX (1993), en Pitalito surge una iniciativa cultural y folclórica con el propósito trascendental de cimentar los lazos de hermandad y cooperación en la compleja y diversa región Surcolombiana. Se crea el “Reinado Surcolombiano de Integración”, concebido en el marco de las tradicionales fiestas de San Pedro.

Los gestores del reinado, inmersos en la vocación de Pitalito como epicentro comercial y cultural del Sur del país, trazaron como objetivos centrales el de fomentar la integración regional, buscando unir a los departamentos del Sur de Colombia (Huila, Caquetá y Putumayo, principalmente) a través de la cultura, el folclor y sus reinas, trascendiendo las barreras geográficas. Impulsar el folclor y las tradiciones, haciendo que cada candidata, al competir con la interpretación del sanjuanero huilense, se convirtiera en embajadora y promotora de las tradiciones en sus respectivas regiones, haciendo visible folclórica y culturalmente el Sur colombiano. El reinado sirvió como plataforma para dar a conocer la riqueza cultural y turística de esta vasta zona del país. El Reinado Surcolombiano vio llegar su final en el año 2021, dando paso al Encuentro Surcolombiano de Integración, dedicado a la danza folclórica.

Cuna de Tradición y Nuevas Generaciones

El Encuentro Estudiantil del sanjuanero huilense es un certamen que se ha consolidado a lo largo de las décadas como una plataforma crucial para inculcar el amor y el respeto por el folclor huilense en las nuevas generaciones, marcando el inicio de la temporada festiva, sirviendo de antesala al reinado municipal.

En este evento la protagonista es la perfecta ejecución del baile típico del Huila, el Sanjuanero Huilense por parte de las jóvenes parejas, representantes de diversas instituciones educativas, quienes no solo demuestran su gracia y belleza, sino su conocimiento y destreza en esta danza de cortejo, vestida de tradición y orgullo laboyano.

El aporte a la identidad y el patrimonio

La relevancia del Encuentro Estudiantil radica en su potente capacidad de fomento cultural y reafirmación de la identidad cultural al centrarse en el Sanjuanero Huilense, declarado Patrimonio Cultural Inmaterial del departamento, el concurso asegura la transmisión intergeneracional de esta invaluable costumbre folclórica. Es un mecanismo efectivo para mantener vivo el Sanjuanero Huilense y sus rituales asociados como el vestuario y la música, al tiempo que fortalece el sentido de pertenencia y orgullo por las raíces culturales entre la juventud laboyana. Los ensayos, la investigación sobre la danza y la historia detrás del folclor actúan como una verdadera escuela de cultura.

En conclusión, las fiestas folclóricas son un testimonio viviente de la identidad de un pueblo. No son meros espectáculos, sino expresiones auténticas que resguardan la herencia cultural, vitalizan las comunidades y se convierten en el alma de los territorios. Al reconocerlas como patrimonio, los estados reafirman la importancia de estas manifestaciones en la construcción de la nación. Son la voz de los ancestros, la celebración de un presente vibrante y la promesa de un futuro donde la cultura, en toda su diversidad, seguirá siendo la base de nuestra identidad.

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